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jueves, 24 de febrero de 2011

NO SE CULPE A NADIE

Qué mal dormí, se dijo soñoliento mientras abría la canilla de la ducha. No se molestó en correr la cortina, ansioso por sentir la frescura del agua resbalar sobre su cuerpo, arrastrando las pesadillas de la noche pasada. Recordaba vagamente fragmentos dispersos, lugares extraños, puertas que abrían y cerraban, un sol rojo y una sensación de angustia al despertar.
Se demoró un rato bajo el el agua, los ojos cerrados, casi feliz. Sintió el ruido de una puerta y preguntó:
-¿Sos vos, Ana?
La voz de la mujer le sonó como un mazazo en las sientes:
-¿Qué hace usted en mi cuarto de baño?
Abrió los ojos. La vecina del departamento contiguo, la pelirroja que vivía sola, y a la que más de una vez había mirado codicioso, seguía hablando y preguntando:
-¿Está dormido o borracho? Se equivocó de departamento.
Sin comprender lo que estaba pasando, sólo atinó a cubrirse con las manos, mascullando algo que parecía una disculpa. Salió casi huyendo. Al pasar junto a la pelirroja, le pareció que le hacía un guiño entre divertido y lúbrico.
Al entrar al dormitorio escuchó la voz metálica de Ana:
-Haceme el favor de secarte. Esa maldita costumbre de salir desnudo del baño. Estás mojando la alfombra.
Al estrellarse contra la lana roja, las gotas parecían coágulos de sangre.
La habitación le resultó familiar, aunque distinta. Hubiera jurado que la ventana daba al frente, en lugar de abrirse al contrafrente como ésta.
Comenzó a vestirse. El espejo, insobornable, le devolvió su imagen. ¿Eso era él? ¿Esa mirada ausente, esa cara tajeada por los años?... Los años...¿Quién dijo que pasan? Se amontonan pesados uno encima del otro y duelen. Como los recuerdos. ¿Dónde había quedado aquel tiempo de ramas verdecidas en que el porvenir se abría como un cáliz rebosante? Sintió pena por sí mismo. Del festín de la vida sólo había recibido las migajas. Él, tan luego, que había soñado un destino de grandeza...
Apenas había dado unos pasos cuando el golpe en los tobillos lo hizo trastabillar. Una risa burlona le lastimó los oídos y después la voz:
-Cuidado, viejo, fijate por donde caminás...
Al extremo del pasillo Nico lo miraba, inescrutable, montado sobre una patineta.
Malcriado, mocoso de...pero no terminó la frase. Como siempre, Nico diría que el padre lo había retado, y como siempre la madre saldría en su defensa, haciéndole notar a él lo descuidado y torpe que era.
Rengueando entró a la cocina. Igual que el dormitorio, le pareció familiar pero distinta. Hasta los objetos cotidianos parecían ser otros. Sobre la hornalla, la pava semejaba una serpiente enrollada que levantaba la cabeza, presta para atacar.
Desde algún lugar llegó lejana la voz de la mujer:
-Cuando termines el desayuno, lavá la taza y el plato. Ya ordené la cocina.
Hizo un gesto que tanto podía significar sí querida como andate a la mierda, y se quedó sentado largo rato, perdida la mirada.
Ana...Él la había querido mucho y ella, creía, también a él, pero poco a poco la indiferencia había ido instalándose entre ellos. Apenas los unía, de vez en cuando, el diálogo de los cuerpos, en realidad un monólogo de dos ausentes. Y el nacimiento de Nico, muchos años después de casados, no había contribuido a reunirlos nuevamente. Por el contrario, había ahondado la grieta abierta entre sus vidas, dejando a cada uno en orillas enfrentadas.
Se levantó de la silla, murmuró hasta luego sin que nadie le respondiera, y cerró la puerta detrás de sí.
La luz del pasillo no funcionaba. A tientas buscó el ascensor. Se sorprendió al hallar la puerta abierta y sin pensar dio un paso hacia adelante. A medida que caía, iba sintiéndose cada vez más joven, más liviano, casi ingrávido. Una sonrisa de niño le dulcificaba el rostro. En el fondo lo aguardaba un sol rojo cuyos rayos se abrían como brazos.