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lunes, 23 de julio de 2012

AUSENTE SIN AVISO

El reloj sonó a las seis y treinta,como todos los días de los últimos treinta años. Como todos los días estiró la mano para apagarlo. Se levantó y fue al baño. El agua fría lo despabiló apenas, no conseguía despertarse. El espejo le devolvió una figura borrosa, como una fotografía fuera de foco. Se sentía cansado, sin fuerzas.Decidió que hoy no iría a trabajar,al fin y al cabo nunca había faltado un solo día, bien se merecía un descanso. Desconectó el teléfono, no tenía celular, la tecnología le era prácticamente desconocida, de modo que nadie podría molestarlo. Imaginó la sorpresa de todos cuando lo registraran ausente sin aviso y se estiró con placer entre las sábanas. Por primera vez estaba solo consigo mismo. Y en ese límite entre el sueño y la vigilia, los recuerdos comenzaron a rondarlo, algunos casi ajenos de tan antiguos. Se vio niño otra vez, solo en el patio de la casa, decidido a encontrar de una vez por todas el tesoro abandonado por el pirata Morgan, oyó la voz de su madre diciéndole tené cuidado, no te alejes mucho, se vio caminando hacia el río, perderse en el matorral lleno de bichos, los recuerdos son cada vez más claros, estoy viendo la víbora frente a mí, yo sin moverme como ahora pero entonces con miedo, la víbora que salta y después no sé qué pasó, mamá lloraba, todos repetían pobrecito y la víbora muerta en el suelo pero mirándome, o me parecía, todavía me parece pero en esta oscuridad no puedo ver, hice bien en no ir a trabajar, estoy tan cansado y tengo tanto sueño.
Al día siguiente me encontraron muerto. Un infarto, dijeron. Nadie reparó en esos dos puntos rojos en el pecho, a la altura del corazón.

viernes, 13 de julio de 2012

LA ESPERA

¿Ya habrá amanecido? o quizás hace rato que es de día, difícil saberlo en esta oscuridad que me rodea, si alguien corriera las cortinas ni siquiera tendría que alzar la cabeza, los rayos del sol darían de lleno en este rincón, pero estoy solo y sin poder moverme, si viniera la enfermera a darme vuelta, quisiera cambiar de posición, no estar siempre de espaldas, rígido, pero tengo la columna fracturada dijeron los médicos, no recuerdo bien qué pasó, sólo visiones borrosas del camión detenido sobre la ruta en medio de la noche y yo sin tiempo para maniobrar, si se recupera quién sabe si podrá volver a caminar decían los médicos, yo los oía como en sueños, apenas si sentía las agujas y las cánulas en mi cuerpo, después me acostumbré, mi cuerpo se acostumbró porque yo no siento nada, sólo más frío cada vez, qué raro, las frazadas pesan tanto, debo estar muy débil, escucho pasos que se acercan, por fin, es la enfermera que me viene a dar vuelta, le voy a pedir que abra la ventana, pero no me escucha y los empleados de la funeraria se llevan el ataúd.

DESENCUENTRO

- ¿Cómo estás?
La pregunta, de tan estúpida, sonó mal intencionada. Bastaba verte para darse cuenta.
Tu respuesta fue una obra maestra de ironía.
- Salvo por el animal que me está comiendo por dentro, todo bien.
No quise burlarme, pensé, y vos no quisiste herirme, pero ya era tarde para explicaciones. Siempre fue tarde entre nosotros.
- ¿Cuánto hace que estás acá?
- Hace poco, diez o quince minutos -dije-.
Mentira. Estuve más de una hora dando vueltas, sin saber qué hacer, qué decir después de más de veinte años de no saber nada uno del otro. Ni siquiera sé si tenía ganas de verte. Me decidí cuando la enfermera me dijo que nadie había preguntado por vos.
- Se va a alegrar cuando lo vea, ahora no se va a dar cuenta, todavía le dura la anestesia.
- No te diste cuenta. Estabas dormido. Por la anestesia.
-Morfina -dijiste-. Lo único que me calma.
Y nos quedamos en silencio. En eso siempre estuvimos de acuerdo.
- ¿Y la vieja? -preguntaste al rato.
- Qué pasa con la vieja...
- Qué va a hacer? 
- Yo me hago cargo de ella. No te preocupes.
Otra estupidez. Como si algo pudiera preocuparte ahora.
No hiciste ningún comentario. No hacía falta. Lo sabía de memoria: siempre el mismo boludo. En cambio dijiste:
- Va a estar bien con vos, digo, la vieja. Ustedes siempre se llevaron bien. Claro, el menor, el mimado...
Sólo me llevabas un año. Por qué siempre parecieron tantos. Y eras igual a mamá. Por eso nunca se entendieron. Una roca, los dos. Los hombres de la casa. El viejo siempre lo tuvo en claro. Cuando lo enterramos, fui el único que lloró.
- Anoche soñé con él...
- ¿Con quién? -pregunté.
-Con el viejo. Estaba aparado al pie de la cama y me miraba, nada más me miraba. Como si me reprochara algo.
-¿Qué?
No contestaste. Para qué. Los dos conocíamos la respuesta.
Otra vez hubo un silencio, que tenía el peso de los años.
- Silvia te manda saludos -dije, por decir algo.
- Silvia, tu mujer...buena mina. Tuviste suerte.
- ¿Yo tuve suerte? -Cómo te envidiaba cuando salías con la moto y esa sonrisa ganadora. Voy de caza, decías. Y siempre cazabas. -Eras vos el que tenía todas las minas.
- Pero ninguna le gustó a la vieja.
- No culpes a mamá. Silvia me gustó de entrada. Cuando la llevaste a casa, la vieja pidió mi opinión, como siempre. La convencí de que no era mujer para vos.
Me miraste. Por primera vez nos miramos hasta el fondo. Sin embargo no hubo rencor en tus palabras. Tampoco sorpresa. De alguna manera, vos ya sabías.
- Por eso te fuiste.
- Ya me había ido mucho antes. Silvia sólo fue la excusa.
Silvia fue la excusa para vengarme de tu fuerza. Cómo te envidiaba. Cómo te admiraba. Quise decírtelo, quise pedirte perdón. Pero me ganaste mano:
- Seguís siendo el maricón de siempre. Andate.
Una mueca te desfiguró la cara. Los ojos te brillaban. Tal vez era el animal furioso que volvía a devorarte las entrañas.

miércoles, 11 de julio de 2012

MAMBRU SE FUE A LA GUERRA

No sabían qué hora era, las tres, las cuatro tal vez. De cualquier manera había luna, gris y lisa como una moneda gastada, y ellos caminaban silenciosos, uno detrás de otro, una larga hilera fatigada a cada lado del camino.
Tenían que llegar al río antes de que saliera el sol, sino los otros los verían llegar y harían blanco fácilmente. Por eso caminaban, sin importarles que esa lluvia finita les agujereara el capote y se metiera dentro de ellos. Era bueno sentirla, algo fresco sobre ese largo cansancio de sus cuerpos. Entonces, ni siquiera pesaba la mochila y la bayoneta, al extremo del fusil, era una inmensa uña que brillaba húmeda.
¿Desde cuándo venían marchando? ¿Ayer, ayer a mediodía...o anteayer?
Se confundía un poco por la lluvia y por ese rato que habían parado a descansar. Los que quieran pueden dormir, había dicho el teniente, y todos se habían tirado en cualquier parte, en la cuneta, sobre el camino. Ellos, es decir él, Jorge,Federico y alguien más, Oscar tal vez o Adolfo, habían hecho un círculo, las piernas entrelazadas y los brazos debajo del cuerpo, prendidos como putas había dicho alguien, pero así se sentía menos el frío aunque seguía lloviendo.
Y después volver a caminar, siempre hacia adelante, hacia el río, donde iba a ser el encuentro. Los otros también marchaban hacia allí y había que llegar antes, para tomar posición. Sería fácil reconocerlos, por el brazalete.
Cuando salieron les habían entregado a cada uno esa cinta azul que llevaban atada al casco.Los otros también la llevan, les habían dicho, pero de color rojo. Ellos eran azules y todos los oficiales que iban con ellos. Los demás eran rojos. Y el capitán ¿sería azul o rojo? Quién sabe...Dirigía las operaciones desde su tienda de campaña, pero no marchaba con ellos. Nogueira sí. Con la mochila y el fusil, igual que ellos. Y eso que los del camión le habían dicho le llevamos el equipo mi teniente, pero no había aceptado. Le gustaba andar en esto y no parecía cansado. Buen tipo Nogueira. Milico de alma pero buen tipo.
Lástima el camión. Al principio los había acompañado, un poco más adelante que ellos, y era bueno sentir ese ronquido apagado. Hasta que al llegar a ese recodo se les había adelantado definitivamente, llevándose el ronquido. Recién lo encontrarían en el río y tomarían el rancho después del combate.
¿Faltaría mucho? Claro que ahora iba a ser más jodido, porque estaba amaneciendo y dentro de poco empezarían los aviones. Y entonces había que estar atento, en cuanto oyeran el zumbido tirarse al suelo y empezar a rodar, con la mochila puesta, sin soltar el fusil. Y después seguir arrastrándose y así llegar al río. No como el boludo de Alejandro, que en cuanto oyó los aviones, en lugar de tirarse al suelo empezó a correr hacia adelante, hacia el campo enemigo y los otros lo habían agarrado. Y eso que Nogueira lo había dicho bien clarito antes de salir, que no habría rescate de los prisioneros.
¿Qué le harían a Alejandro? Pero eso ya no importa. Ya no está con ellos y hasta pensar cansa. La imagen de Alejandro, cruzando el campo con una bayoneta enemiga a sus espaldas, pesa sobre ellos como una mochila invisible. Y ya tienen bastante con la otra. Ahora es inútil todo lo que no sea caminar, con los oídos atentos a cada vibración del aire y el cuerpo presto para avanzar en oficio de serpientes.
¿Cuándo llegarían al río? Cuando eso empezara, terminaría el cansancio y no habría más que unos dedos curvados sobre el gatillo y un humo caliente en la boca del cañón. El silencio es ahora más denso porque el sol va trepando sobre los árboles y entonces Nogueira da la orden. El río es apenas un charco de agua sucia y el barro tibio les deja en la cara un olor animal. Algunos han empezado a cortar ramas y hay que cubrirse con ellas, para que no puedan distinguirlos desde la otra orilla, donde otras caras embarradas están al acecho. 
-Sin tregua -grita Nogueira.
-Sin tregua -contestan del otro lado, y los proyectiles vibran en el aire y cuando pasan cerca de ellos son como un fuego pulverizado que los rozara. No hay tiempo para fijarse quién está al lado, sólo mirar hacia delante y disparar y sentir cómo la culata les arranca el  hombro con cada disparo y sin embargo seguir, porque los otros también siguen y para eso están allí y sin tregua. Entonces los aviones, un zumbido sobre sus cabezas y algo que estalla sobre sus espaldas y se desliza a lo largo del cuerpo, tan liviano. Eso ya no puede durar mucho, todos han sido alcanzados y sienten que todo se termina cuando alguien, allá al extremo ¿el capitán?, agita una bandera blanca.
Nogueira sonríe satisfecho.
-El simulacro de combate fue perfecto -dice-, y entonces nos ponemos de pie, cubiertos de barro y hojas, extrañamente blancos bajo el sol, mientras los aviones arrojan sobre nosotros la última carga de harina.