Yo sé, Señor, si existes
que ya te pesa el triste oficio
que los hombres te impusieron.
Al fin y al cabo no elegiste
ser el comodín de la baraja.
No es tu culpa si tu nombre
es la mercancía de más venta
y los mismos que te invocan
regatean con tu sangre.
Yo sé que te avergüenza tu destino,
barato mercachifle de ilusiones
miserable consuelo de los flacos
empresario del dolor y la miseria
corrompido lacayo de los hartos.
Veinte siglos que te usan.
Es justo que tu cólera despierte.
Que comiencen a temblar los fariseos
pues ya vienes como ayer,
como hace falta,
al frente de un ejército de hambrientos
empuñando tu látigo implacable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario