¿qué opinas del blog?

miércoles, 7 de marzo de 2012

COMO DOS GOTAS DE AGUA

                                                                                  
-Buenas tardes, señorita Lucrecia. No la vi salir- saludó sorprendido el encargado del edificio al abrirle la puerta de calle.
Clotilde sonrió divertida. Estaba tan acostumbrada a que ya desde niñas la confundieran con la hermana. A Lucrecia seguro le pasa lo mismo, se dijo al tomar el ascensor. Son como dos gotas de agua, decía la madre, y exacerbaba el parecido en la vestimenta y el peinado de las mellizas. A veces se permitía una ligera variante, un lazo rojo en los cabellos de Lucrecia, uno azul en los de Clotilde, pero eso tampoco era seguro, porque las hermanas los intercambiaban en secreto aumentando la confusión, y entonces resultaba imposible saber quién era quién.
Con el tiempo, lo que había empezado como un juego inocente se volvió deliberado: una estudiaba y la otra daba examen, otra recibía la llamada y una iba a la cita. Más tarde, a solas, se contaban una a otra los resultados de la sustitución, burlándose de los adultos. Siempre fuimos muy compinches, rememoraba Clotilde cuando el ascensor se detuvo en el quinto piso.
Lucrecia la estaba esperando, la puerta del departamento abierta.
-¡Feliz cumpleaños!- exclamaron a dúo, y entraron abrazadas. El espejo del comedor devolvió una misma imagen, repetida.
-Sabía que te ibas a poner ese vestido- afirmó Lucrecia, que lucía otro exactamente igual.
-Es que siempre tuvimos los mismos gustos- dijo Clotilde como quien repite una verdad incuestionable.
-Es cierto-, asintió Lucrecia, -siempre compartimos todo-. Y continuó: -Ponete cómoda, enseguida va a estar el té.
-¿Te ayudo?
-No hace falta, querida. Sólo tengo que poner el agua a calentar.
Clotilde recorrió con la mirada el comedor del antiguo departamento donde había vivido su infancia y parte de su juventud. Nostálgica, se inclinó sobre la mesa ratona y tomó un retrato:
-¡Qué linda estaba mamá en esta foto!
-¿Cuál?- preguntó Lucrecia desde la cocina.
- La del portarretrato de plata.
- Ah, ésa...Fue la última antes de enfermar.
- Pobrecita, cómo sufrió. Y vos, cómo la cuidaste hasta último momento.
- Era mi deber de hija- aclaró Lucrecia, regresando con la bandeja dispuesta para el té.
- También el mío...pero las cosas se dieron así. Yo estaba tan ocupada...
- Nunca te reproché nada- interrumpió Lucrecia.
- Ya lo sé, querida, sé que lo hiciste con todo amor- Clotilde deslizó una caricia sobre el rostro de la hermana. -Pero cuando pienso en todo a lo que renunciaste no puedo evitar sentirme culpable.
-No renuncié a nada y tampoco sos culpable de nada-.  No había rencor en las palabras de Lucrecia. -Yo elegí esto y prefiero que siga así. Además, acordate que mamá siempre nos decía la familia unida, eso es lo primero.
- Y seguimos igual de unidas, sólo que ahora la familia somos vos y yo, solas.
- Sola yo, que no me casé. Vos tenés a tu marido.
- Que bien podría haber sido el tuyo-. La voz de Clotilde sonó neutra, pero las dos sintieron que la conversación iba tomando un nuevo giro, imperceptible para cualquiera. -Todavía me pregunto a cuál de las dos realmente quería...o quiere.
- A lo mejor a las dos. Digo, como a veces salía con una, a veces con otra...La cuestión es que te eligió a vos.
- Me eligió...es un decir.
Las hermanas se miraron, sin sorpresa, como dos jugadores que disputaran una partida cuyos lances conocían de antemano.
- Sabés cuántas veces me llama Lucrecia...- dijo una.
- Y a mí Clotilde- dijo la otra. Y continuó: -Yo le di la excusa de las reuniones de personal.
- De eso estaba segura-. Ahora era Clotilde la que hablaba. - Y el muy tonto cree que me convenció.
- Los hombres son tan crédulos- comentó Lucrecia poniéndose de pie. Con un gesto señaló las tazas y los platos: -¿Podrías...?
- Sí, yo me encargo- respondió Clotilde. Y agregó, intencionada: -No llegues tarde a la reunión...
Lucrecia sonrió sin decir palabra. Al fin y al cabo, siempre habían compartido todo.



         

No hay comentarios:

Publicar un comentario