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domingo, 4 de diciembre de 2011

EL VIENTO

Todos habían enmudecido.
No sabían bien cuándo ni por qué. Tal vez el viento que sopló aquel día en que todo se derrumbó y los árboles se secaron y en la tierra se abrieron esas grietas tan hondas, de las que salía un humo filoso que les cortaba la cara. Todos habían tenido miedo y habían corrido, hacia el norte, hacia el sur, pero dónde quedaba el norte y dónde quedaba el sur, si todo era arriba y abajo y el abajo estaba cada vez más abajo, blando y sin fondo como un flan gigantesco. Y habían tenido miedo y habían gritado, primero con todo el diccionario, después con la a, después con la b, pero eran muchas palabras hasta el final y entonces se habían peleado entre ellos, porque no alcanzaban para todos. Y el amigo le robaba al amigo y el amante a la amada y terminaron arrebatando cualquier hoja de cualquier mano y peleando por media hoja, por un pedazo de hoja, por un renglón, por una palabra, por una letra de una palabra de un renglón de un pedazo de hoja, hasta que sólo quedó sobre el suelo un montón de papeles rotos, pedacitos, una vocal, una coma, un acento, que se hundían mansamente en ese desierto de gelatina.
Alguien quiso hablar pero no pudo y entonces se llevó las manos al rostro y sus dedos rozaron una cicatriz que antes no estaba allí, y todos se llevaron las manos al rostro y encontraron una cicatriz que antes no estaba allí y comprendieron que ya no tenían boca.
Otro comenzó a mover las manos en gestos sin sentido, porque ya nadie entendía el sentido de los gestos y las lágrimas ya tampoco querían decir nada, porque las vocales y los acentos se habían hundido en la gelatina.
Entonces se miraron. Pero los ojos ya no les servían, porque todo era viscoso y resbaladizo y la mirada caía inútil, hundiéndose blandamente. Tal vez habían desaparecido dos o tres o trecientos o uno solo cuando se dieron cuenta. Poco a poco fueron sintiendo cómo la viscosidad les trepaba por las piernas y les llegaba al vientre y seguía subiendo y después sólo quedaba una burbuja sobre sus cabezas y más tarde nada.
El último se iba hundiendo lentamente cuando comenzó a soplar el viento y en el viento giraba perdida una palabra. Extendió la mano, atrapó la palabra perdida y entonces vio. Los ojos ya no resbalaban porque la tierra volvía a endurecerse. Arrancó una letra y la echó a volar y hubieron pájaros. Arrancó otra y la apoyó un poco más allá y surgió un árbol. Entonces cortó todas las letras y las apoyó sobre la tierra y comenzaron a mezclarse entre ellas. Y otra vez hubo sol y rocas y hombres que juntaron todas las letras y comenzaron a ordenarlas, pero no alcanzaban para todos, y entonces el último hombre comenzó a llorar muy suavemente porque el viento seguía soplando.

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