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viernes, 15 de junio de 2012

ABIERTO TODA LA NOCHE

...algo que nunca había sabido bien qué era. batir de alas, rumor de voces, vibraciones que venían de no importa dónde, y entonces escribir había sido tan fácil como encender un cigarrillo y dejar que se fumara hasta el pucho. En cambio ahora, cada frase era una interminable disquisición: si la coma o el punto, y mientras tanto eso se estaba yendo; si el adjetivo o el adverbio, y ya se fue y otra vez vacío, mudo, derrotado.

Se despertó bruscamente. Encendió la luz y sentado sobre la cama, a medias despierto, comenzó a escribir sin vacilar:
  -Había fiesta esa noche en la casa. Las luces desafiaban el miedo en los rincones y lo hacían huir, desnudo e inútil. Pero allí, en mi habitación del piso alto, solo, las risas y la charla eran apenas un murmullo, un eco apagado e inquietante. De pronto abajo alguien grita me han robado y yo busco una salida, porque sé que van a acusarme. Es preferible intentar huir antes que esperar pasivamente que me atrapen. Corro hacia la ventana. Ya siento a mis espaldas, sobre la escalera, los primeros pasos que vienen en mi búsqueda. Abro la ventana. Abajo hay alguien esperándome. Salto. El golpe no es muy fuerte. Me pongo de pie y empiezo a correr, sintiendo detrás de mí los gritos de mis perseguidores. Pero no sólo gritos. Con espanto, escucho unos ladridos, cada vez más cercanos, que se adelantan y me rodean y trepan sobre mí. Rodamos juntos sobre el suelo, los perros y yo. Sin saber cómo me desprendo de ellos y me interno en un pajonal. Estoy casi a salvo. Oculto entre los pastos continúo mi huida, arrastrándome sobre los codos, desgarrándome con los abrojos. A lo lejos diviso un muro. Los perros están nuevamente detrás de mí, el muro está cada vez más próximo, ya casi lo toco. Me pongo de pie de un salto y me lanzo sobre él. Mis manos resbalan una y otra vez sobre esa superficie sin encontrar apoyo. Mis uñas sangran, los ladridos son ahora más fuertes, el muro es cada vez más liso. En un último esfuerzo mis manos rozan el borde, lo aferran y me llevan hacia arriba, mientras siento alejarse ese aliento cálido que me rodeaba los tobillos. Miro al otro lado. Un césped suave ¡tiene que ser suave! abajo. Cierro los ojos y me dejo caer. Ruedo sobre el césped, lo acaricio, río con una risa verde y feliz. Abro los ojos y río otra vez. El muro es apenas una pared de pocos metros, sin nada a los costados. Sólo unas delgadas rejas a través de las cuales pueden pasar los perros. Y todavía río en el momento de sentir su caricia cálida y filosa alrededor de mi cuello.

Miró el reloj. Ya pronto amanecería. Se vistió y salió a caminar. Anduvo sin rumbo fijo hasta que al dar vuelta la esquina se topó con el cartel: Libros de ocasión, abierto toda la noche. Entró y se dirigió hacia la mesa central. Examinó los volúmenes sin mayor interés, muchas veces sin terminar de leer los títulos. Uno en particular le llamó la atención: Cuentos sin escribir. Lo tomó, lo abrió al azar y comenzó a leer:
   - Había fiesta esa noche en la casa. Las luces desafiaban el miedo en los rincones y lo hacían huir, desnudo e inútil...

2 comentarios:

  1. Me gustó, amigo Raúl. Atrapante. el ritmo es vertiginoso, no pude parar de correr... me recuerda un cuento de Piglia sobre el relato de una loca, si no lo leíste te lo recomiendo...

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    1. Me alegro que te guste. El cuento de Piglia al que te referís es La loca y el relato del crimen, o algo así? Lo leí.

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