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miércoles, 11 de julio de 2012

MAMBRU SE FUE A LA GUERRA

No sabían qué hora era, las tres, las cuatro tal vez. De cualquier manera había luna, gris y lisa como una moneda gastada, y ellos caminaban silenciosos, uno detrás de otro, una larga hilera fatigada a cada lado del camino.
Tenían que llegar al río antes de que saliera el sol, sino los otros los verían llegar y harían blanco fácilmente. Por eso caminaban, sin importarles que esa lluvia finita les agujereara el capote y se metiera dentro de ellos. Era bueno sentirla, algo fresco sobre ese largo cansancio de sus cuerpos. Entonces, ni siquiera pesaba la mochila y la bayoneta, al extremo del fusil, era una inmensa uña que brillaba húmeda.
¿Desde cuándo venían marchando? ¿Ayer, ayer a mediodía...o anteayer?
Se confundía un poco por la lluvia y por ese rato que habían parado a descansar. Los que quieran pueden dormir, había dicho el teniente, y todos se habían tirado en cualquier parte, en la cuneta, sobre el camino. Ellos, es decir él, Jorge,Federico y alguien más, Oscar tal vez o Adolfo, habían hecho un círculo, las piernas entrelazadas y los brazos debajo del cuerpo, prendidos como putas había dicho alguien, pero así se sentía menos el frío aunque seguía lloviendo.
Y después volver a caminar, siempre hacia adelante, hacia el río, donde iba a ser el encuentro. Los otros también marchaban hacia allí y había que llegar antes, para tomar posición. Sería fácil reconocerlos, por el brazalete.
Cuando salieron les habían entregado a cada uno esa cinta azul que llevaban atada al casco.Los otros también la llevan, les habían dicho, pero de color rojo. Ellos eran azules y todos los oficiales que iban con ellos. Los demás eran rojos. Y el capitán ¿sería azul o rojo? Quién sabe...Dirigía las operaciones desde su tienda de campaña, pero no marchaba con ellos. Nogueira sí. Con la mochila y el fusil, igual que ellos. Y eso que los del camión le habían dicho le llevamos el equipo mi teniente, pero no había aceptado. Le gustaba andar en esto y no parecía cansado. Buen tipo Nogueira. Milico de alma pero buen tipo.
Lástima el camión. Al principio los había acompañado, un poco más adelante que ellos, y era bueno sentir ese ronquido apagado. Hasta que al llegar a ese recodo se les había adelantado definitivamente, llevándose el ronquido. Recién lo encontrarían en el río y tomarían el rancho después del combate.
¿Faltaría mucho? Claro que ahora iba a ser más jodido, porque estaba amaneciendo y dentro de poco empezarían los aviones. Y entonces había que estar atento, en cuanto oyeran el zumbido tirarse al suelo y empezar a rodar, con la mochila puesta, sin soltar el fusil. Y después seguir arrastrándose y así llegar al río. No como el boludo de Alejandro, que en cuanto oyó los aviones, en lugar de tirarse al suelo empezó a correr hacia adelante, hacia el campo enemigo y los otros lo habían agarrado. Y eso que Nogueira lo había dicho bien clarito antes de salir, que no habría rescate de los prisioneros.
¿Qué le harían a Alejandro? Pero eso ya no importa. Ya no está con ellos y hasta pensar cansa. La imagen de Alejandro, cruzando el campo con una bayoneta enemiga a sus espaldas, pesa sobre ellos como una mochila invisible. Y ya tienen bastante con la otra. Ahora es inútil todo lo que no sea caminar, con los oídos atentos a cada vibración del aire y el cuerpo presto para avanzar en oficio de serpientes.
¿Cuándo llegarían al río? Cuando eso empezara, terminaría el cansancio y no habría más que unos dedos curvados sobre el gatillo y un humo caliente en la boca del cañón. El silencio es ahora más denso porque el sol va trepando sobre los árboles y entonces Nogueira da la orden. El río es apenas un charco de agua sucia y el barro tibio les deja en la cara un olor animal. Algunos han empezado a cortar ramas y hay que cubrirse con ellas, para que no puedan distinguirlos desde la otra orilla, donde otras caras embarradas están al acecho. 
-Sin tregua -grita Nogueira.
-Sin tregua -contestan del otro lado, y los proyectiles vibran en el aire y cuando pasan cerca de ellos son como un fuego pulverizado que los rozara. No hay tiempo para fijarse quién está al lado, sólo mirar hacia delante y disparar y sentir cómo la culata les arranca el  hombro con cada disparo y sin embargo seguir, porque los otros también siguen y para eso están allí y sin tregua. Entonces los aviones, un zumbido sobre sus cabezas y algo que estalla sobre sus espaldas y se desliza a lo largo del cuerpo, tan liviano. Eso ya no puede durar mucho, todos han sido alcanzados y sienten que todo se termina cuando alguien, allá al extremo ¿el capitán?, agita una bandera blanca.
Nogueira sonríe satisfecho.
-El simulacro de combate fue perfecto -dice-, y entonces nos ponemos de pie, cubiertos de barro y hojas, extrañamente blancos bajo el sol, mientras los aviones arrojan sobre nosotros la última carga de harina.



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