¿qué opinas del blog?

viernes, 13 de julio de 2012

DESENCUENTRO

- ¿Cómo estás?
La pregunta, de tan estúpida, sonó mal intencionada. Bastaba verte para darse cuenta.
Tu respuesta fue una obra maestra de ironía.
- Salvo por el animal que me está comiendo por dentro, todo bien.
No quise burlarme, pensé, y vos no quisiste herirme, pero ya era tarde para explicaciones. Siempre fue tarde entre nosotros.
- ¿Cuánto hace que estás acá?
- Hace poco, diez o quince minutos -dije-.
Mentira. Estuve más de una hora dando vueltas, sin saber qué hacer, qué decir después de más de veinte años de no saber nada uno del otro. Ni siquiera sé si tenía ganas de verte. Me decidí cuando la enfermera me dijo que nadie había preguntado por vos.
- Se va a alegrar cuando lo vea, ahora no se va a dar cuenta, todavía le dura la anestesia.
- No te diste cuenta. Estabas dormido. Por la anestesia.
-Morfina -dijiste-. Lo único que me calma.
Y nos quedamos en silencio. En eso siempre estuvimos de acuerdo.
- ¿Y la vieja? -preguntaste al rato.
- Qué pasa con la vieja...
- Qué va a hacer? 
- Yo me hago cargo de ella. No te preocupes.
Otra estupidez. Como si algo pudiera preocuparte ahora.
No hiciste ningún comentario. No hacía falta. Lo sabía de memoria: siempre el mismo boludo. En cambio dijiste:
- Va a estar bien con vos, digo, la vieja. Ustedes siempre se llevaron bien. Claro, el menor, el mimado...
Sólo me llevabas un año. Por qué siempre parecieron tantos. Y eras igual a mamá. Por eso nunca se entendieron. Una roca, los dos. Los hombres de la casa. El viejo siempre lo tuvo en claro. Cuando lo enterramos, fui el único que lloró.
- Anoche soñé con él...
- ¿Con quién? -pregunté.
-Con el viejo. Estaba aparado al pie de la cama y me miraba, nada más me miraba. Como si me reprochara algo.
-¿Qué?
No contestaste. Para qué. Los dos conocíamos la respuesta.
Otra vez hubo un silencio, que tenía el peso de los años.
- Silvia te manda saludos -dije, por decir algo.
- Silvia, tu mujer...buena mina. Tuviste suerte.
- ¿Yo tuve suerte? -Cómo te envidiaba cuando salías con la moto y esa sonrisa ganadora. Voy de caza, decías. Y siempre cazabas. -Eras vos el que tenía todas las minas.
- Pero ninguna le gustó a la vieja.
- No culpes a mamá. Silvia me gustó de entrada. Cuando la llevaste a casa, la vieja pidió mi opinión, como siempre. La convencí de que no era mujer para vos.
Me miraste. Por primera vez nos miramos hasta el fondo. Sin embargo no hubo rencor en tus palabras. Tampoco sorpresa. De alguna manera, vos ya sabías.
- Por eso te fuiste.
- Ya me había ido mucho antes. Silvia sólo fue la excusa.
Silvia fue la excusa para vengarme de tu fuerza. Cómo te envidiaba. Cómo te admiraba. Quise decírtelo, quise pedirte perdón. Pero me ganaste mano:
- Seguís siendo el maricón de siempre. Andate.
Una mueca te desfiguró la cara. Los ojos te brillaban. Tal vez era el animal furioso que volvía a devorarte las entrañas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario